El día de hoy tomé una decisión sabia: No prender la computadora al dormirse mi hijo y, en lugar de ello, cocinar para mí solita una deliciosa y sana comida sin prisas ni preocupaciones. Mientras lavaba las verduras, cortaba las espinacas y sacaba de la alacena los condimentos, hablaba conmigo misma. Hablo conmigo misma desde que supe hablar y supongo que antes mis diálogos se entablaban sólo dentro de mi cabeza, pero desde que fuí capaz de articular mis pensamientos oralmente, he hablado conmigo misma. Es una manera de orientarme, de analizar buscando iluminación y entendimiento acerca de todo aquello que me preocupa y que me mueve a reflexión.
Como estaba sola en la cocina, pude hablar a mis anchas y discurrir ampliamente sobre...mí.
Jajajaja, no es que sea narcisista claro, yo, mi, me, conmigo.
En un momento dado me vino a la mente la frase: TÚ NO TIENES QUE CAMBIAR PARA QUE LOS DEMÁS ESTÉN CÓMODOS/FELICES/ORGULLOSOS, etc.
Sé que no bajó el espíritu santo ni nada de eso, pero esa frase significó mucho para mí en ese momento, la repetí YO NO TENGO QUE CAMBIAR PARA QUE LOS DEMÁS ESTÉN CÓMODOS! Y sentí una liberación momentánea, como si alguien hubiera levantado de mi espalda un peso antiguo, muerto y definitivamente muy pesado. Al mismo tiempo, me sentí aliviada por no tener que reaccionar de la manera usual ante el comportamiento de los demás, porque si después de todo yo no estaba obligada a satisfacer las expectativas ajenas, el resto del mundo quedaba igualmente liberado respecto a mis propias expectativas.
Todo esto es increíblemente lógico y en teoría suena sencillo y comprensible, pero en la práctica solía ser algo endemoniadamente difícil para mí, y digo solía porque confío y tengo esperanza en que a partir de hoy me sea más fácil ver las cosas de un modo nuevo y actuar en consecuencia.
Por el momento aquí le dejo, se me hizo satisfacer mi antojo de deliciosa nieve de garrafa y ya nos vamos, continuaré mañana.
BENDICIONES!