martes, 18 de enero de 2011

De madre a madre

A partir de un valiente post de una mamá bloguera, cuya creatividad y constante búsqueda yo admiro, me nació este post, que empezó siendo un comentario en su entrada, pero que se extendía y que a fin de cuentas, terminó siendo, como cada comentario que una hace a los demás, algo que en realidad yo necesitaba clarificar y expresar.

Ser madres es un trabajo tan intenso, demandante y trascendental, para el que sin embargo venimos con la sola preparación que nos da el haber sido hijas y testigos de la forma de ser madre que conocimos a lo largo de nuestra vida.
Se nos ha enseñado que el éxito está en la competencia, en ser el mejor, en no cometer los mismos errores, en una exigencia constante que sólo nos deja sintiéndonos agotadas y nunca satisfechas y todo eso lo trasladamos a nuestra forma de maternar.
Además de todas las acciones prácticas y cotidianas que conlleva la maternidad, el ser madres conscientes y presentes implica actos que algunas de nosotras habíamos realizado escasamente antes de ser madres:
El estar atentas, observando, escuchando, percibiendo hasta parecer pasivas por momentos para mejor comprender que es lo que nuestro hijo en verdad necesita de nosotras en cada monento dado, el soltar el afán de control para estar receptivas y confiar en las crecientes capacidades propias y de nuestro hijo, en nuestra fuerza y valor, en nuestro infinito amor (aunque no siempre se manifieste en las formas "perfectas" que deseamos),en nuestra plasticidad para adaptarnos y aprender, en nuestro instinto.
Cuando se nos pasa el enamoramiento y ese bebé adorable nos parece cada vez más demandante y menos dispuesto a complacernos, más autónomo y desafiante, el satisfacer sus necesidades y demandas se vuelve más complejo.
No es nada sencillo renunciar de golpe a gran parte de lo que era nuestra rutina, nuestra vida, nuestra individualidad y permanecer todo el día y parte de la noche receptivas, atentas, alertas, amorosas y disponibles a los llamados de nuestros hijos.

Cuando las dificultades asoman y se multiplican es natural sentirse agobiada, perdida, es natural equivocarse y andar de un extremo a otro hasta que somos capaces de encontrar una especie de balance que en cuanto nos resulte cómodo y fácil habremos modificar para dar paso al siguiente por que para entonces nuestro hijo ya cambió, ya creció y con él los retos y desafíos.

A mí me ha costado mucho empezar a comprender y aceptar que así como dí a luz a mi hijo, me estoy alumbrando a mí misma como madre y que esa misma ternura y paciencia (aunque jamás "perfectas") que logro tener con mi hijo y que nunca antes había tenido con nadie más, también las debo tener para mí, porque me he sentido en momentos tan abrumada por las constantes necesidades de mi hijo, aunadas a mi cambiante disposición para satisfacerlas, mi ignorancia y falta de contacto con mi propias necesidades (infantiles y adultas) no escuchadas y no satisfechas, que termino sintiéndome la peor madre y me desanimo, me enojo y todo se va de pique.

Poco a poco he comenzado a permitirme ser cada vez más amorosa y tolerante conmigo misma en mi maternidad, y con tolerante me refiero a decidir ver mis equivocaciones como parte necesaria de este aprendizaje que día a día vivo, a entregarme una mirada comprensiva y compasiva.

No se trata de negar, justifiar ni restar importancia a nuestras decisiones erradas, ignorantes, agresivas o inconscientes, sino de entenderlas lo mejor que podamos para saber no sólo de dónde y por qué vienen sino qué podemos hacer la siguiente vez que nos enfrentemos algo similar.

En mi opinión, la mayoría de las madres estamos siempre tan preocupadas por nuestros hijos, tan interesadas en proveerles lo mejor y siendo tan exigentes con nuestras acciones al respecto, que simplemente la demanda sobrepasa nuestras capacidades.

Para mí la respuesta es el amor, amor a nuestros hijos y amor a nosotras, amor a la sagrada labor que todos los días hacemos al ser madres, amor incondicional en la medida que nos vaya siendo posible a cada momento, amor imperfecto, no ideal, pero infinito.